Síndrome del impostor: cuando nada de lo que haces es suficiente
Debido al síndrome del impostor, puede haber afectaciones en el desempeño académico y hasta deserción escolar
En los últimos meses he escuchado recurrentemente a personas exitosas -tanto en el ámbito académico, como en el laboral- dudar persistentemente de sí mismos, de sus logros y sus habilidades.
En algunos casos, señalan que se sienten inseguros y preocupados, con dudas sobre su desempeño; en otros, los sentimientos son de insuficiencia a pesar de que objetivamente realizan las tareas que les son asignadas con resultados superiores a los esperados. Y, en otros más, el juicio crítico sobre sí mismos ha dañado seriamente su autoestima y autoeficacia, llevándolos a desarrollar insomnio, ansiedad y depresión.
La sensación de no ser suficientemente inteligentes o talentosos y de no estar a la altura de sus responsabilidades, es constante. Frecuentemente se comparan negativamente con otros, y sienten que tarde o temprano las personas de su entorno (jefe, profesor, familia, compañeros de trabajo o escuela) los descubrirán y se darán cuenta de que los han engañado todo este tiempo; en pocas palabras que son un fraude.
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A esto se le conoce como síndrome del impostor, impostorismo o síndrome del fraude. Paradójicamente, quienes presentan el síndrome del impostor, suelen ser personas muy exitosas, pero con características de personalidad específicas asociadas a la autoexigencia extrema.
Algunos presentan niveles tan elevados de perfeccionismo que se imponen metas muy altas, difíciles de alcanzar (tipo perfeccionista); otros se dedican exclusivamente al trabajo -afectando su vida familiar y social-, pues piensan que la persistencia en la tarea es la forma en que probarán que son capaces de hacer lo que se les pide (tipo superhéroe).
Otros más consideran que la forma de demostrar sus capacidades es haciendo el trabajo ellos solos, por lo que no piden ayuda aun cuando la necesitan (tipo individualista); hay quienes presentan altos niveles de frustración si tienen que practicar algo varias veces, pues eso les demuestra que no son suficientemente inteligentes (tipo genio nato); y hay personas que se sienten muy inseguras si no dominan un tema en su totalidad (tipo experto), lo cual es prácticamente imposible.
Si bien, el síndrome del impostor se presenta en hombres y en mujeres, es más frecuente en el género femenino, quizá por las dificultades que las mujeres enfrentamos todavía en las esferas académica, laboral y social. Sin embargo, en todas las personas, el impostorismo tiene efectos psicológicos, emocionales y conductuales importantes.
Los estudiantes, por ejemplo, pueden decidir no aplicar a la universidad que consideran es la mejor o no estudiar la licenciatura que anhelan porque desean evitar el fracaso; pueden tener afectaciones en su desempeño académico, encontrarse insatisfechos crónicamente e incluso presentar deserción escolar. Los sentimientos de insuficiencia y poca valía los pueden llevar al aislamiento, a presentar crisis de ansiedad frente a las evaluaciones académicas, y a desarrollar estados de profunda ansiedad y depresión.
En los profesionistas, puede haber limitación al momento de solicitar una mejora en la posición laboral o aumento de sueldo, sobreesfuerzo para demostrar la propia habilidad, estrés excesivo que genera enfermedades físicas, estados emocionales alterados (irritabilidad, retraimiento, ansiedad, depresión), y agotamiento físico y mental.
Dado que en el síndrome del impostor no hay cabida para mostrar “debilidad” o imperfección, una de las mayores problemáticas es la dificultad para reconocer que se tiene. No obstante puede ser complicada la aceptación, identificar cómo se sienten y por qué se sienten de esa manera, es uno de los primeros pasos para mejorar.
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Otro elemento de gran ayuda, es contrastar la percepción que se tiene de sí mismos y sus logros respecto a lo que dice la realidad objetiva. Cada vez que se dude sobre el propio desempeño, se deben de cuestionar los pensamientos que se presentan y que arrebatan la sensación de bienestar, y, en este sentido, preguntarse si, de acuerdo con el entorno, se cumple de manera satisfactoria con las actividades académicas o laborales, si se es exitoso en lo que se realiza y si se recibe retroalimentación positiva de aquellos que se encuentran alrededor.
Recordar que no estás solo y atribuir los logros a las propias capacidades y esfuerzo, y no a factores externos, como la suerte o “el destino”, contribuye al fortalecimiento de un autoestima y autoconceptos sanos. Sin embargo, quizá el aspecto más importante sea el de la construcción paulatina de una realidad personal en donde la autocompasión y el autocuidado sean pilares; una realidad en la que la persona se dé cuenta que él/ella siempre serán suficientes.
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