Una sociedad coloreada de machismo
Por: Fátima Dolores Aceves Tepalt, estudiante de Comunicación de Universidad La Salle
Durante años se ha idealizado a los colores, oficios, juguetes y ropa como determinantes del género y sexo de la persona que los porte, pero esto solo es otra parte del machismo que ha inundado a la sociedad. Si bien se ha avanzado en algunas situaciones, falta mucho por recorrer. Ni la muñeca rosa es para la mujer, ni el carro azul para el hombre.
Para sorpresa, esto no siempre fue así: en 1920, el color azul era usado en las niñas para que así representaran a la Virgen María, mientras que los varones usaban el rosa para mantener la colorimetría de los uniformes militares que eran rojos.
Fue hasta la Segunda Guerra Mundial que el color rosa comenzó a tener una perspectiva femenina, ya que lo usaban para identificar a la comunidad LGBT+. No obstante, esto sólo tuvo repercusión en el viejo continente.
Fue hasta los años noventa que la teoría del color del género -la normativa social para otorgarle un color a un grupo de individuos del mismo género- llegó a América con un monopolio que, si bien no es de sorprender, sigue manejando los medios y las tendencias a su conveniencia: Disney.
Si bien es cierto, Disney ha tenido un alcance inimaginable a lo largo de muchas generaciones pero hay una analogía detrás de sus creaciones. La compañía, en momentos pasados, no tuvo discriminación en los colores que usaban, sin embargo, los tonos y motivos cambiaban para cada personaje.
El azul es sinónimo de bondad y esperanza. Es por esto que las princesas tienen este color: brindar el absurdo mensaje de que las princesas estarían a la espera de su príncipe azul, el cual –según el Disney antiguo–, sería su única meta en la vida. Por otro lado, el rojo genera la idea de fortaleza y valentía por lo que el monopolio no perdió la oportunidad: los príncipes o héroes masculinos siempre ocuparán este color.
Y sin darnos cuenta, este nuevo estereotipo ingresó a nuestro sistema como la humedad. La mercadotécnica nos tomó de la mano y nos llevó a una cueva en la que le conviene que estemos. Desde ese momento, todo cambió. Ahora todo tiene distinción de género y sexo: accesorios, ropa, acciones, profesiones, colores, juguetes.
Los juguetes han sido de alta influencia para esta situación machista y discriminante en la que persistimos día a día. Desde tiempos memorables, los juguetes con los que deben entretenerse las niñas son muñecas, cocinas o simular ser madres. Por el contrario, los hombres deben jugar con autos, simular ser superhéroes o con videojuegos.
Es atormentante el tener que usar la palabra “deber” porque sí, es una obligación el jugar con lo estipulado para cada género, porque de no ser así, los haría acreedoras de insultos y marginación por niños y adultos ya que, hay que decirlo: para ejercer la discriminación no hay edad.
Desde la infancia se estipulan –hasta dejar bien en claro– los roles que tomará cada persona derivado del sexo con el que nació. Por lo que, según esta teoría, el único sueño al que puede aspirar una mujer es a ser madre, sumisa, condescendiente, femenina y eficaz en las tareas de casa.
Mientras que los varones son quienes tendrán que ser los dominantes, quienes den la cara por la familia en casos de problemas, los que trabajarán para solventar gastos, valientes, sublimes. Y todo eso, solo por nacer con sexo masculino.
La psicología del color en la mercadotécnica no miente: los colores, desde infantes, para la mujer son tenues, tiernos, adorables, estos emiten mucha felicidad y suavidad asignados en prendas delicadas y femeninas. Por el lado contrario, los niños tienen colores brillantes, llamativos, con ropa deportiva y de uso rudo. Asumiendo que las niñas no pueden jugar de forma dinámica, pero los varones sí.
Con todas estas situaciones que se plantan en la mentalidad joven e inocente del infante, va más allá de crear un estereotipo infundado por el machismo en la sociedad, se trata de que esto limita la capacidad de elección, creatividad e innovación de la persona adjuntado a la generación de odio a las diferencias sexuales y liberales en las que coexistimos por la falta de empatía y tolerancia.
Basta de crear estereotipos, marcas y normativas absurdas hacia el género de cada persona. Ni los juguetes, ni los colores, ni las prendas, ni las profesiones u oficios tienen género. Dejemos a las personas elegir y vivir sus gustos como quieran, permitamos la oportunidad y desarrollo de la libre elección sin restricciones ni clichés.
Salgamos de la mentalidad cerrada que nos ahoga mediante prejuicios, esa mente que no piensa, no cuestiona y no exige.
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Por: Fátima Dolores Aceves Tepalt, estudiante de Comunicación de Universidad La Salle