Nearshoring en jaque: riesgos latentes y desafíos para México
"Durante los últimos años, el fenómeno del nearshoring se ha presentado como una promesa transformadora para México"
Durante los últimos años, el fenómeno del nearshoring se ha presentado como una promesa transformadora para México. La proximidad geográfica con Estados Unidos, el marco del T-MEC y la necesidad global de diversificar las cadenas de suministro colocaron al país en una posición estratégica. Sin embargo, el entorno actual exige realismo ante los riesgos que se perfilan.
Desde el inicio de la segunda administración del presidente Trump, la política comercial estadounidense ha girado hacia un proteccionismo cada vez más marcado. El anuncio de nuevos aranceles generalizados en abril de este año y actualmente en pausa, que afectarían tanto a socios como a adversarios, ha generado una alta incertidumbre.
No está claro si estas medidas buscan reordenar de forma permanente el comercio global o si son simplemente herramientas de negociación geopolítica. Lo que sí es evidente es la presión interna para satisfacer a sectores industriales clave. Un arancel generalizado del 10 % podría representar un “punto medio”. Sin embargo, incluso en ese caso, el promedio arancelario de Estados Unidos se triplicaría, lo que tendría consecuencias directas para México.
El nearshoring ha sido una pieza clave en la transformación de la política comercial global desde la primera administración de Trump. Por ello, no debería sorprender que este fenómeno también esté evolucionando ante los nuevos cambios. No está necesariamente agotado; existen escenarios en los que podría consolidarse nuevamente. No obstante, los riesgos siguen siendo considerables.
En un escenario positivo, si la nueva política comercial de Estados Unidos deriva en un entorno global más cerrado, con aranceles elevados, pero México logra preservar al menos las condiciones actuales de acceso a Estados Unidos, el nearshoring podría resurgir en el mediano o largo plazo.
En escenarios menos optimistas, México solo conservaría el acceso libre de aranceles para industrias ya consolidadas con alto contenido regional norteamericano. En la práctica, esto mantendría el acceso preferencial únicamente para sectores integrados en cadenas de valor existentes, lo que dificultaría el surgimiento de nuevas industrias. Esto impactaría el crecimiento del país a mediano y largo plazo.
En el peor de los casos, Estados Unidos podría retirar los beneficios arancelarios a sectores enteros por considerarlos estratégicos, como ocurre actualmente con el debate sobre la industria automotriz.
En todo caso, es fundamental para México que cualquier pacto —por bueno o malo que sea— quede plasmado y formalizado en una versión revisada del T-MEC. De lo contrario, la incertidumbre persistirá, con consecuencias económicas y políticas significativas para el país.
A este panorama se suma una preocupación cada vez más evidente: el debilitamiento del consenso político que respalda al T-MEC. Si bien la continuidad del tratado sigue representando un interés económico compartido entre los tres países socios, recientes declaraciones del expresidente Trump —durante su encuentro con el primer ministro Carney— han insinuado la posibilidad de una cancelación.
Un elemento adicional de preocupación es el reciente acuerdo comercial anunciado entre Estados Unidos y el Reino Unido. Aunque aún no se conocen todos sus detalles, todo indica que, más que un tratado formal, se trata de un pacto ad hoc que concede cuotas libres de aranceles para automóviles británicos, a cambio de otorgar ventajas a productos agrícolas estadounidenses.
Si este tipo de acuerdo se convierte en el nuevo estándar de la política comercial estadounidense, mecanismos como el T-MEC podrían pasar a segundo plano, siendo sustituidos por una serie de acuerdos bilaterales como los que México ha venido negociando desde febrero. Así, la posibilidad de que esta incertidumbre dé paso a una renegociación formal del T-MEC sancionada por los poderes legislativos se reduce considerablemente.
Ante este contexto, México enfrenta un doble desafío que no puede eludir: mantener una estrategia de desarrollo integral, sostenible y equitativa, sin descuidar la urgencia de actuar frente a la coyuntura. La forma en que el país navegue los próximos meses —marcados por tensiones comerciales y riesgos económicos reales— podría moldear profundamente su capacidad de respuesta futura. La disyuntiva no es elegir entre estrategia o emergencia. El verdadero reto es integrar ambas en una visión que combine resiliencia inmediata con transformación duradera.
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