La dirección que no da el algoritmo: propósito de vida en tiempos hiperconectados
Si el objetivo es desarrollar una competencia, avanzar en un proyecto o involucrarse en un programa, las decisiones digitales se ordenan solas
En el campus y fuera de él, el ‘scroll’ acompasa la jornada: entre clases, en la biblioteca, antes de dormir. El mismo gesto puede abrir puertas —ideas, redes de colaboración, oportunidades— o sembrar inquietud —comparación constante, distracciones, ansiedad—. La diferencia no la dicta el algoritmo, sino el propósito con que elegimos y usamos las plataformas.
Cuando hablo de propósito de vida no hablo de una frase para el currículum. Hablo de una dirección que une valores, talentos y servicio. Esa dirección ayuda a elegir con mayor claridad. También protege. Reduce la ansiedad de la comparación, devuelve enfoque y sostiene el ánimo en semanas complejas. Con propósito, la pregunta deja de ser “¿qué publican los demás?” y pasa a ser “¿qué necesito construir hoy?”.
Las redes sociales pueden alinear esa brújula o desviarla. Por eso conviene recuperar agencia. Antes de abrir una app, conviene nombrar el objetivo del siguiente tramo de tiempo: estudiar, investigar, colaborar, descansar. Sin objetivo, el ‘feed’ absorbe energía. Con objetivo, el ‘feed’ sirve.
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Si el propósito ofrece anclaje, ¿cómo se relaciona con las redes? La evidencia de 2023 de la American Psychological Association advierte sobre riesgos y oportunidades en el uso adolescente de redes, y sugiere lineamientos para reducir daños: más habilidades de alfabetización digital, más supervisión competente, más sentido de agencia. El propósito personal ayuda precisamente a eso: convierte el tiempo de pantalla en tiempo con intención.
Al mismo tiempo, conviene nombrar la tensión de fondo: no todo lo que circula en redes promueve bienestar. En jóvenes adultos, el informe “On Edge” (Harvard Graduate School of Education, 2023) identificó la falta de propósito y sentido entre los factores que agravan los retos emocionales. No se trata de demonizar la tecnología, sino de reconocer que la vida digital amplifica lo que ya está en juego: con propósito, las plataformas potencian el aprendizaje y la colaboración; sin él, alimentan comparaciones y ruido.
En la práctica universitaria, el propósito opera como filtro. Antes de abrir una app, una pregunta breve —”¿para qué entro ahora?”— marca la diferencia entre dispersión y foco. Al elegir qué seguir, la contribución vuelve a ser criterio: ¿esta cuenta acerca a los proyectos académicos, a la investigación, al servicio? ¿aporta datos verificables o sólo reacciones?
Cuidar el descanso es parte del mismo marco. Los hábitos con propósito incluyen límites reales como podría ser moderar las notificaciones y pantallas nocturnas; el descanso suficiente protege memoria, ánimo y atención, condiciones básicas para aprender. La brújula vuelve a ayudar: si el objetivo del semestre es desarrollar una competencia, avanzar en un proyecto de investigación o involucrarse en un programa de liderazgo con impacto, las decisiones digitales se ordenan solas. Lo que distrae pierde fuerza cuando hay una dirección clara.
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En mi experiencia formativa y de investigación, cuando estudiantes y docentes articulan su propósito —y lo conectan con prácticas concretas en el aula y en redes— desciende el ruido y crece la agencia: aparecen proyectos, colaboraciones y un tono cívico que honra los hechos y el respeto. Eso es bienestar digital en serio: tecnología al servicio de la vida que se quiere vivir, y no al revés.
El ‘feed’ seguirá siendo un río caudaloso. La diferencia, otra vez, no la decide el algoritmo, sino un propósito de vida personalísimo, que nos guía, que aporta a otros y que se ejercita todos los días. De este modo, las redes dejan de arrastrar y empiezan a empujar en la dirección elegida.
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