Cuidar el scroll: el nuevo reto de la educación digital
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Hay una conversación urgente que debemos tener en casa, y no comienza con una pregunta sobre tareas ni con una charla sobre límites: comienza con una pantalla iluminada, un pulgar que desliza, una noticia alarmante en el celular de los hijos. Comienza, en realidad, cuando dejamos de ver el internet como entretenimiento, y empezamos a entenderlo como lo que ya es: el principal formador de opinión, identidad y generador de emociones en nuestros jóvenes.
Nuestros hijos no leen periódicos, no ven noticieros y pocos se atreven a aventurarse en las profundidades de un libro. Sin embargo, consumen más información al día que cualquiera de nosotros a su edad. Historias, ‘reels’, hilos, videos de TikTok disfrazados de reportajes, ‘influencers’ opinando con la seguridad que nunca tendrían investigadores, académicos, intelectuales, que dedicaron la vida entera a comprender una cuestión. Todo esto entra por sus ojos y oídos a una velocidad vertiginosa, sin filtros, sin contexto y, muchas veces, sin verdad.
Como padres y madres, como educadores, no siempre podemos controlar qué ven. Y, aunque nosotros mismos corremos el riesgo de caer en una trampa desinformativa, sí podemos acompañarlos en cómo procesan el contenido y en ayudar a formar una mirada crítica que les ayude a distinguir la pirita del oro. Ahí está la diferencia entre un adolescente vulnerable a la manipulación y uno con criterio para detenerse, pensar y decidir.
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Cuidar el contenido que consumen no significa espiar sus teléfonos ni prohibir sus redes. Significa abrir otros espacios donde puedan hablar de lo que ven, hacer preguntas, expresar dudas. Significa enseñarles que no todo lo que se viraliza es verdad y que indignarse no debe anular su capacidad de razonar.
La adolescencia es una etapa de búsqueda: la búsqueda de identidad, de sentido, de pertenencia son elementos clave de esta etapa de la vida. Hoy, muchas de esas búsquedas ocurren en línea, y aunque eso nos asuste, también puede ser una oportunidad para formar jóvenes que no sólo consuman contenidos, sino que los cuestionen. Que no solo hablen, sino que escuchen. Que no solo reaccionen, sino que reflexionen.
Acompañar a un adolescente en su vida digital no requiere ser experto en tecnología. Requiere estar disponible, ser guía, ser red de seguridad. Y, sobre todo, ser un modelo de pensamiento crítico y empatía.
Es decir, implica que nosotros, como adultos, padres, profesores, revisemos nuestros propios hábitos. ¿Compartimos información sin verificar? ¿Alimentamos rumores? ¿Damos por hecho lo que alguien dijo en un grupo? Educar con el ejemplo sigue siendo, incluso en la era digital, nuestra mejor herramienta.
¿Cómo podemos, entonces, padres y educadores ayudar a que los jóvenes cuiden el ‘scroll’? Una forma concreta de empezar es hacer preguntas, no imponer respuestas: ¿Quién lo dijo? ¿De dónde viene esta información? ¿Qué emociones te provocó? ¿Por qué crees que alguien la compartió? Estas preguntas, sencillas en cierto modo, complejas en otro, ayudan a transformar el ‘scroll’ automático en un proceso de reflexión activa.
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Además, recomiendo en casa establecer rutinas digitales saludables en familia: momentos del día sin pantallas, tiempo dedicado a leer juntos fuentes confiables, o simplemente comentar noticias como parte de la conversación diaria. Enseñar a pensar críticamente no es solo enseñar a detectar mentiras, sino a reconocer matices, contrastar versiones, identificar sesgos, y sobre todo, resistir el impulso de opinar sin entender. Así se forma criterio. Así se cuida la mente. Y así se construye la ciudadanía digital desde casa.
El mundo que enfrentan nuestros hijos y estudiantes es complejo, ruidoso y muchas veces injusto. Si logramos sembrar en ellos la idea de que pensar vale más que compartir, que dudar no es signo de debilidad sino de inteligencia, y que su voz puede construir en lugar de destruir, estaremos dándoles un regalo más valioso que cualquier app: una brújula ética que los acompañará y fortalecerá por el resto de sus vidas.
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