Celular. Foto: Pexels
Conectados, pero a veces más solos. Informados, pero también más desinformados. Los jóvenes de hoy navegan un mar infinito de estímulos digitales que les ofrece maravillas, pero también riesgos invisibles: comparación constante, ansiedad, presión social acelerada, fatiga emocional. Hablar de bienestar de las y los jóvenes en 2025 ya no puede separarse de hablar de bienestar digital.
La vida en línea no es un complemento para ellos; es una extensión de su identidad. Sus amistades, sus causas, su sentido de pertenencia, todo ocurre en pantallas tan familiares como su propia voz. No se trata de satanizar la tecnología —sería inútil y además injusto— sino de aprender a convivir con ella de manera consciente, sana, humana.
El bienestar digital no consiste en apagar el teléfono. Se trata de aprender a usarlo sin que nos use. Es construir relaciones genuinas, desarrollar pensamiento crítico, poner límites saludables al consumo de contenidos, y reconocer cuándo la pantalla deja de ser una ventana para convertirse en una jaula invisible.
Formar a los jóvenes en bienestar digital implica enseñarles a cuidar su mente tanto como cuidan su cuerpo. ¿Qué tipo de información consumen? ¿Qué emociones les genera? ¿Se comparan constantemente con vidas editadas en Instagram? ¿Se sienten presionados al opinar de todo, todo el tiempo? ¿Saben desconectarse sin sentir culpa?
Desde la educación, tenemos la responsabilidad de abrir estos diálogos y normalizar el autocuidado en línea, es decir, tomar descansos de las redes sin miedo a “perderse algo”, aprender a reconocer una noticia falsa, proteger su privacidad, gestionar la ansiedad provocada por la sobreinformación.
También debemos enseñar que la validación no se mide en likes, que la popularidad virtual es volátil, y que el valor personal no depende de un algoritmo. Que su dignidad y su propósito tienen raíces más profundas que cualquier trending topic.
Promover el bienestar digital es, en el fondo, recordar nuestras mejores cualidades como seres humanos. Es recordarles que, aunque habiten múltiples mundos digitales, su valor reside en su ser, no en su visibilidad. Que pueden habitar internet con autenticidad, sin dejarse arrastrar por su corriente más ruidosa.
Hoy, más que nunca, acompañar a los jóvenes significa ayudarlos a construir una relación sana con la tecnología y con los demás. No para que vivan desconectados, sino para que vivan conectados consigo mismos.
Porque en un mundo que grita para llamar su atención, el mayor acto de libertad será siempre saber escucharse.
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