Soberanía algorítmica: el poder que México ha cedido sin saberlo. Imagen: Unsplash
Son las 3 a.m. En algún punto del país, un ciudadano es observado por sistemas inteligentes que no entiende ni controla. México vigila, pero no domina la tecnología que da sentido a sus datos. La dependencia digital se ha convertido en una nueva forma de subordinación.
El caso de la senadora Andrea Chávez, víctima en 2024 de contenido sexual fabricado con IA, evidenció una verdad incómoda: México carece de capacidades técnicas para auditar los algoritmos que definen su vida pública. Mientras el Estado protege bases de datos, ha cedido el control sobre los procesos que las interpretan. En la era de la inteligencia artificial, la soberanía algorítmica importa más que la soberanía de los datos.
El país mantiene el almacenamiento local de información, pero los algoritmos que procesan y deciden su destino son extranjeros. En 2024, el INAI resolvió más de 18 mil quejas por mal uso de información; ninguna contempló la opacidad de los sistemas automáticos que hoy moldean decisiones públicas. La disolución del Instituto, dejando millones de datos en un limbo legal, fue un golpe más a una estructura incapaz de comprender su propia vulnerabilidad digital.
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El Índice Latinoamericano de Inteligencia Artificial 2024 lo confirma: México descendió al sexto lugar regional, con cero puntos en visión institucional, participación ciudadana y estructura para IA. En contraste, obtuvo 94 puntos en adopción de tecnología extranjera, pero apenas 10 en capacidad de cómputo. Es un retrato claro: el país consume inteligencia, no la produce.
Los escándalos de 2024 y 2025 —desde el hackeo a la presidenta hasta la filtración de datos de periodistas— no son incidentes aislados, sino síntomas de una dependencia algorítmica estructural. Cada ataque revela la fragilidad de un sistema que reacciona, pero no anticipa. Brasil muestra otro camino: su modelo combina desarrollo tecnológico gradual con fortalecimiento institucional. Mientras México responde a crisis con parches legales, Brasil construye resiliencia con conocimiento técnico. Esa es la diferencia entre regular y gobernar la inteligencia artificial.
México necesita un Instituto Nacional de Auditoría Algorítmica, capaz de evaluar los sistemas que procesan información pública, garantizar su transparencia y establecer estándares de rendición de cuentas tanto para el Estado como para las empresas. No basta con castigar filtraciones: hay que entender cómo, por qué y con qué sesgos decide una máquina.
El país no padece una crisis de datos, sino una de comprensión técnica. Desde 2020, el Congreso ha presentado 58 iniciativas sobre IA; ninguna ha prosperado. Somos expertos en escribir leyes, no en construir capacidades.
El episodio de Pegasus fue la advertencia: no solo compramos software extranjero, sino también su lógica de control. Cada vez que se activó contra un periodista, México ejecutó un algoritmo diseñado para otros fines. No fue una decisión soberana, sino una delegación del poder digital.
La soberanía algorítmica no busca competir con Estados Unidos o China, sino recuperar el derecho a decidir qué tecnología se usa, cómo opera y a quién sirve. No se trata de tener la mejor IA del mundo, sino de asegurarnos de que ninguna opere contra nosotros.
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México vive un espejismo de autonomía. Cree controlar su información porque los servidores están en su territorio, pero ha cedido el poder real —la interpretación algorítmica— a actores externos. Es como poseer una biblioteca y permitir que otros decidan qué libros leer y cómo entenderlos.
Sin control algorítmico, los datos son solo materia prima del colonialismo digital. Recuperar la soberanía tecnológica no es una cuestión técnica: es una tarea política y cultural. Implica decidir, finalmente, qué significa ser mexicano en la era de la inteligencia
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