Mi camino en el voluntariado: servir con el corazón
Por Carol Mariana Flores Ocejo, estudiante de Ingeniería Mecatrónica del Tecnológico de Monterrey campus Sonora Norte
Cuando pensamos en voluntariado, solemos imaginar a personas ofreciendo ayuda desinteresada a quienes más lo necesitan. Pero pocas veces se habla del impacto tan profundo que tiene en quienes lo viven.
En mi caso, el voluntariado no solo ha sido una forma de aportar a los demás, sino también un camino de crecimiento personal, empatía y liderazgo que ha transformado mi forma de ver el mundo.
Mi primer acercamiento con el voluntariado fue en preparatoria, cuando junto con un grupo de amigos formamos “HMO X TI”. Éramos seis jóvenes con muchas ganas de hacer algo bueno. Visitábamos asilos, convivíamos con los adultos mayores y organizábamos colectas para mejorar sus espacios.
En ese momento no me daba cuenta, pero esas pequeñas acciones fueron el inicio de algo que después se volvió parte muy importante en mi vida. Ahí entendí que ayudar no siempre significa dar cosas materiales, sino también ofrecer tiempo, atención y cariño.
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Esa experiencia me despertó las ganas de seguir haciendo más. Por eso, decidí reactivar el club de ecología de mi preparatoria, que llevaba años sin funcionar. Con ayuda de mis compañeros, organizamos campañas de reciclaje y colectas de libros para una fundación llamada Ave Badú y para una telesecundaria en Ejido La Victoria.
Aunque parecía algo pequeño, me enseñó lo valioso que es ser constante y cómo con trabajo en equipo se pueden lograr cambios reales en una comunidad.
Cuando entré al Tecnológico de Monterrey con una beca de liderazgo, seguí buscando maneras de generar impacto. Me integré al equipo de liderazgo Athena, donde los proyectos están enfocados en ayudar con propósito.
Uno de ellos fue una colecta para apoyar a Zabdiel, un niño con problemas del corazón y de la cabeza. Esa experiencia me hizo entender lo poderoso que es cuando la empatía une a las personas: cuando hay voluntad y corazón, se pueden lograr cosas increíbles.
Después participé en varios servicios sociales. En RoboKids, enseñamos robótica a niños de comunidades vulnerables. Fue muy bonito ver su curiosidad y entusiasmo; ahí comprendí que el voluntariado también puede empoderar, porque al compartir conocimiento con otros, les das herramientas que abren nuevas oportunidades.
Uno de los proyectos que más me marcó fue Trasciende Mujer, un taller que impartimos a mujeres del Centro de Reinserción Social de Hermosillo. Durante dos semestres, participé en la elaboración e impartición de módulos sobre autoestima, habilidades sociales y reinserción.
Al principio sí sentíamos nervios, porque no sabíamos cómo nos iban a recibir, pero desde la primera clase nos trataron con muchísimo respeto y ganas de aprender. Ver cómo se abrían, cómo compartían sus historias y cómo iban creciendo fue una experiencia muy humana y transformadora.
Cada sesión me recordaba que todos merecemos segundas oportunidades. En la ceremonia de graduación, tuve la oportunidad de darles un mensaje para recordarles su valor y su fuerza como mujeres. Fue un momento muy especial que me reafirmó que el voluntariado no solo transforma comunidades, sino también a uno mismo.
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Este verano participé en Patrones Hermosos, un programa que busca acercar la tecnología a niñas de secundaria y preparatoria. Lo más bonito es que yo misma fui parte de ese programa cuando era más joven, y gracias a él descubrí mi amor por la ingeniería.
Regresar ahora como mentora fue muy simbólico: sentí que cerraba un ciclo y empezaba otro, inspirando a más niñas, tal como alguien me inspiró a mí. Hoy puedo decir que el voluntariado ha moldeado mi manera de ver el liderazgo. Antes lo veía como ayudar a otros, ahora lo entiendo como acompañar, empoderar y compartir lo que sabes.
Si algo he aprendido en todo este camino es que el voluntariado empieza con una chispa, con la simple idea de querer hacer algo por alguien. No hay que esperar a que otros lo hagan primero, basta con tener la iniciativa y las ganas de actuar.
Todos tenemos algo que aportar, y muchas veces, el cambio más grande empieza con un gesto pequeño, una conversación o el deseo genuino de hacer algo bien. Porque al final, el voluntariado no es solo dar: es compartir. Y cuando compartes lo que eres, también creces.
Instagram: @Mahocj
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