La crianza entre pantallas: el nuevo reto de madres, padres y docentes
Por Paulette Delgado Roybal estudiante de Maestría en Educación en el Tecnológico de Monterrey
La crianza entre pantallas: el nuevo reto de madres, padres y docentes. Imagen: Unsplash
¿Cómo es educar en un mundo donde las infancias aprenden a navegar aplicaciones antes de escribir su nombre? En la era digital, donde es muy común ver a un infante frente a una tableta, atrapado por los colores y sonidos, la crianza y la enseñanza se han vuelto un acto de equilibrio constante entre la curiosidad, la sobreexposición y la necesidad de conexión humana.
En mi investigación sobre el impacto que tienen las pantallas en el desarrollo integral de niñas y niños de cuatro a seis años, encontré algo que contradice las ideas más comunes: el problema no es la pantalla ni el tiempo frente a ella, sino la forma en la que esta se utiliza. Las evidencias muestran que no todos los contenidos son iguales; los programas educativos y las aplicaciones diseñadas para fomentar el lenguaje, la atención o la memoria pueden ser herramientas valiosas, pero su efecto depende del acompañamiento de personas adultas. No basta con elegir el “contenido adecuado”; lo que marca la diferencia es mirar, conversar y compartir esos tiempos de pantalla con las infancias.
Las y los docentes con los que conversé para realizar mi tesis de maestría también perciben esta transformación en sus aulas. Coinciden en que sus estudiantes muestran mayor curiosidad, pero menor tolerancia al aburrimiento. Notan que algunos niños imitan gestos o expresiones de personajes digitales, mientras otros repiten frases en inglés que aprendieron sin comprender su significado. Muchos educadores coinciden en que estas nuevas generaciones son infancias más visuales y rápidas, pero también más dispersas emocionalmente. Ante este contexto, la pregunta que surge es inevitable: ¿cómo enseñar en un entorno donde la atención compite con estímulos infinitos?

Leer también: Soberanía algorítmica: el poder que México ha cedido sin saberlo
Las pantallas no son enemigas del aprendizaje, pero sí un espejo que amplifica nuestras formas de educar. Cuando se utilizan para entretener y calmar, las infancias aprenden a buscar la pantalla como respuesta emocional. Cuando se usan para explorar y dialogar, aprenden a pensar, preguntar y crear. La diferencia está en la intención y el vínculo. Criar entre pantallas requiere, ante todo, estar presentes, ser una mirada adulta que acompañe, escuche y traduzca lo que el algoritmo no puede enseñar.
Las madres y los padres que participaron en el estudio reconocen que, muchas veces, recurren a los dispositivos para “ganar tiempo” mientras trabajan, cocinan o intentan descansar. No lo hacen por desinterés, sino porque equilibrar las exigencias del día a día con la crianza se ha vuelto un desafío silencioso en este mundo digital. Es importante comprender que la tecnología llegó para quedarse, y que el objetivo no es eliminarla, sino aprender a convivir con ella de manera consciente. ¿Qué pasaría si, en lugar de prohibir pantallas, enseñáramos a nuestros hijos a usarlas con sentido crítico?
En el contexto escolar, este reto se amplifica. Las maestras y maestros son testigos de cómo la tecnología transforma la comunicación y la convivencia. Algunos niños se muestran más retraídos, otros más impulsivos; varios tienen dificultades para regular sus emociones o mantener la atención durante actividades. Incluso las maestras de preescolar comentaron que sus estudiantes no tienen la capacidad de imaginar los cuentos que les leen justo porque necesitan estímulos visuales intensos. Enseñar en la era digital implica no solo dominar herramientas, sino también educar en emociones, empatía y pensamiento crítico.
La tecnología puede ser una aliada si se usa con criterio y acompañamiento. Las pantallas pueden enseñar letras y números, pero no pueden enseñar pensamiento crítico, a usar la imaginación, a ser creativos o, incluso, a aprender sobre inteligencia emocional. Eso sigue siendo tarea de las personas adultas: madres, padres, tutores y docentes que, con sus propias contradicciones, buscan equilibrar el mundo virtual con el real. El reto está en recordar que, detrás de cada dispositivo, hay una niña o un niño que necesita atención plena.

Leer también: El Dr. Simi y las fallas del sistema de salud pública
En última instancia, criar entre pantallas es un acto de responsabilidad compartida. Nos exige reflexionar sobre nuestras propias prácticas digitales, sobre el ejemplo que nosotros mismos damos y el tiempo que realmente compartimos. Las pantallas pueden ayudarnos a conectar, entretener, educar y emocionar, pero nunca reemplazarán esas habilidades intrínsecamente humanas como la empatía, la comunicación asertiva, el pensamiento crítico y la solución de conflictos en comunidad.
¿Estamos mirando juntos o dejamos que la pantalla mire por nosotros?
Estudia una maestría STEM en Corea con esta beca del gobierno
Por Paulette Delgado Roybal estudiante de Maestría en Educación en el Tecnológico de Monterrey
