Lo que una feria del libro puede hacer por un país
Una feria del libro no son simples vitrinas, son momentos mínimos de una sociedad que quiere pensar y vivir mejor
Lo que una feria del libro puede hacer por un país. Imagen: Unsplash
Mi primera experiencia en una feria internacional del libro ocurrió del otro lado del mostrador. Al inicio de mi vida profesional trabajé en Educal, la empresa distribuidora de libros del Gobierno Federal encargada de la red de librerías más amplia que ha tenido este país. Adicionalmente me tocaba operar en ferias del libro los stands del entonces Conaculta y los espacios de México cuando era invitado de honor en el extranjero. Ese aprendizaje —la logística, el fondo editorial, los inventarios, la exhibición, el movimiento del público— me permitió entender la dimensión práctica de una feria y, sobre todo, qué espera encontrar el lector cuando se acerca a un pabellón nacional.
En esos años vi algo fundamental: las ferias no son simples vitrinas. Vi lectores que volvían cada año buscando novedades; estudiantes sorprendidos al descubrir autores que no figuraban en sus programas académicos de rigor; maestros que encontraban materiales difíciles de conseguir en sus ciudades. Y vi, especialmente en Monterrey, un entusiasmo temprano que anticipaba lo que hoy es la Feria Internacional del Libro de Monterrey: un público que no se conforma con mirar, sino que quiere participar activamente.

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Cuando se habla de inspiración, imaginación o curiosidad, pareciera que entramos en un terreno abstracto; pero las ferias representan algo más concreto: son la acción cultural masiva más efectiva que tiene un país. Una feria del libro alcanza una escala que difícilmente logran los proyectos dispersos o aislados. Este año, cerca del 5% de la población de Monterrey asistió a la FILMTY. Ese nivel de convocatoria instala un punto decisivo: el encuentro directo entre editoriales, autores, escuelas, universidades y lectores de todas las edades.
Para los expositores, la feria es el espacio para mostrar catálogos y novedades que no siempre llegan a las librerías. Para los autores, es un territorio fértil de contacto sin intermediaciones; un lugar donde hablan con los lectores cara a cara. Para los niños y jóvenes que llegan en visitas escolares, la feria funciona casi como un rito de iniciación: es su primer ingreso a un mundo que no conocían. Para los académicos, es una plataforma para presentar proyectos, discutir avances y dialogar con sus pares.
En el caso de los estudiantes, ese encuentro puede marcar un quiebre. Escuchar una charla sobre migración, cambio climático, inteligencia artificial o literatura latinoamericana los expone a realidades nuevas. Descubren que los libros no son objetos estáticos, sino disparadores de preguntas. Y esas preguntas, cuando se sostienen en el tiempo, forman pensamiento crítico, estimulan la creatividad y, a largo plazo, construyen liderazgo.
El impacto social se nota. Quien lee, quien visita museos, quien asiste a actividades culturales desarrolla una sensibilidad que transforma la manera de mirar el mundo. Una feria por sí misma no cambia una vida, pero los encuentros repetidos dejan huella. Con los años, los estudios muestran diferencias claras entre las personas que acceden a la cultura y las que no. Por eso las ferias cumplen una función democratizadora: bajo un mismo techo ponen al alcance de todos una oferta cultural amplia y diversa.
La FILMTY abre puertas: a nuevas literaturas, a nuevas conversaciones, a nuevas formas de pensar. Genera intercambios que se trasladan a universidades, proyectos editoriales y redes profesionales. Y esas redes conectan a Monterrey con otros países, multiplicando colaboraciones y aprendizajes. Eso también es educación: ensanchar los horizontes de una comunidad.

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De ahí la invitación a los jóvenes, a las familias, a las escuelas y a las comunidades universitarias: participar activamente —no solo asistir, sino dialogar, preguntar, comparar, escuchar— es lo que convierte a una feria en un espacio vivo. Es lo que puede modificar la perspectiva de quien la recorre y ampliar su comprensión del presente.
La educación no ocurre únicamente en las aulas. La lectura y los encuentros culturales son extensiones naturales del aprendizaje. Cuando se sostienen en el tiempo, fortalecen los criterios, amplían la mirada y acompañan la formación de las personas.
Por eso seguimos haciendo ferias: porque cada año, en miles de momentos mínimos, alguien encuentra algo que no estaba buscando. Esa chispa —discreta, persistente— mantiene en movimiento a una sociedad que quiere pensar y vivir mejor.
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