¿En verdad estamos rotos? Imagen: Unsplash
A lo largo de los años he escuchado a varias personas que, cuando expresan su sufrimiento, hacen la declaratoria “estoy roto o rota”; incluso, he oído a colegas decir que sus pacientes llegaron “rotos” con ellos.
Si bien comprendo que es una expresión común que evidencia el agotamiento físico o emocional que pudiéramos tener, o en algunos casos, el vacío o la sensación de aniquilamiento afectivo, cada vez que escucho eso me pregunto si es verdad que estamos rotos o rotas.
Es cierto que cuando tenemos una ruptura amorosa, un fracaso, una expectativa no cumplida o una pérdida significativa, la tristeza y ansiedad se hacen presentes. Puede ser que se experimenten sentimientos de vergüenza y culpa, y que se dude de sí mismo y de las decisiones que se han tomado.
Si la vivencia es complicada, grave o traumática, se suma la desesperación y la mente se inunda con pensamientos polares y catastróficos en los que los peores escenarios posibles son los que cobran protagonismo, y en los que los sentimientos de desesperanza y desolación nos hacen creer que nunca más seremos los mismos, que las cosas no tienen solución y que una parte de nosotros mismos se ha perdido; en pocas palabras que estamos rotos/quebrados.
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Sin embargo, considero que las palabras tienen un impacto muy importante en nosotros y en la forma en que nos percibimos a nosotros mismos y a nuestro entorno. Por eso, desde mi punto de vista, pensar y decir que estamos rotos nos lleva a un escenario fragmentado, a visualizarnos incompletos o carentes casi de manera irremediable, porque ¿siempre lo roto se puede arreglar?
Por el contrario, pienso que somos personas completas, algunas experimentando depresión, ansiedad o algún otro trastorno mental, otras con heridas afectivas profundas, algunas más con huellas de abandono que inciden en sus relaciones interpersonales, y otras más con un sufrimiento tan intenso que los hace ensimismarse; pero todas valiosas, con un sentido que vale la pena explorar y con una vida que vale la pena vivir.
Si te sientes roto o rota no eres cobarde ni débil, eres fuerte y valiente, pero quizá impaciente. A veces nos exigimos demasiado en poco tiempo, queremos que el sufrimiento cese y estemos bien de manera inmediata, pero el camino no es lineal ni siempre progresivo, tiene altas y bajas y a veces tenemos que tomar una pausa (detenernos, asimilar nuestro avance y la relación con nuestro entorno) para seguir, y otras veces vamos a experimentar retrocesos para avanzar.
La sanación requiere de un trabajo emocional arduo, largo y persistente. En todos los casos, es indispensable que en primera persona reconozcamos cómo nos sentimos y validemos nuestras emociones y, que como externos, seamos empáticos ante el sufrimiento del otro.
Tendemos a ser comprensivos y amables con otros, pero ¿también somos comprensivos y amables con nosotros mismos? La autocompasión y el autocuidado son necesarios para la estabilidad emocional y más en momentos de sufrimiento.
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El autocuidado incluye dormir bien y comer bien, pero también hablarnos correctamente, darnos un descanso de las redes sociales que nos exigen ser perfectos, enforcarnos en las actividades que sabemos nos hacen bien y disfrutamos, al tiempo de darnos la oportunidad de probar cosas nuevas y saludables que incentiven nuestra creatividad.
Es relevante evitar el aislamiento y rodearnos de personas de confianza que suman a nuestra vida, pues nos ayuda a constituir una red de apoyo social que estará presente cuando lo necesitemos. Y, por supuesto, buscar ayuda de un profesional de la salud mental cuando las cosas parezcan no mejorar, cuando identifiquemos que modificar ciertos patrones de comportamiento nos permitirán sentirnos mejor, cuando precisemos recordar nuestro propósito o cuando requiramos redefinir nuestro proyecto de vida.
Algo seguro es que los problemas no son permanentes y el sufrimiento que sientes en estos momentos cesará. Recuerda que eres único(a), irrepetible y completo(a); no estás roto(a).
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