El verdadero liderazgo: motor de éxito y transformación
El liderazgo auténtico no es una cuestión de poder o autoridad, sino de servicio, ejemplo y visión; no necesita gritar ni manipular
El verdadero liderazgo: motor de éxito y transformación. Imagen: Pexels
En un mundo donde las organizaciones y comunidades enfrentan retos cada vez más complejos, el liderazgo se vuelve un factor decisivo para el éxito sostenible. Javier Fernández Aguado, reconocido especialista en dirección y liderazgo, subraya que el liderazgo auténtico no es una cuestión de poder o autoridad, sino de servicio, ejemplo y visión. La capacidad de influir positivamente y construir un entorno donde las personas puedan desplegar su talento y compromiso. En ese punto coinciden voces como Peter Drucker, John Kotter, Daniel Goleman, Amy Edmondson. Liderar no es mandar; es orientar, inspirar y habilitar.
No todo el que influye lidera. La manipulación busca el control; el liderazgo genuino busca el bien común. El manipulador opera con presión y miedo; el líder cultiva confianza y responsabilidad. James Kouzes y Barry Posner lo resumen en una premisa simple, la credibilidad es la moneda del liderazgo. Cuando un equipo percibe coherencia entre lo que el líder dice y hace, florecen la iniciativa y la colaboración. Cuando percibe intereses obscuros o dobles agendas, aparece la defensiva y se deteriora el clima laboral.
La historia ofrece ejemplos en ambos sentidos. Figuras como Nelson Mandela o Eleanor Roosevelt encarnaron un liderazgo ético que transformó instituciones y mentalidades. En contraste, otros han utilizado la autoridad para imponer y dividir. Esta dualidad recuerda que el poder sin ética degenera en tiranía, y que el liderazgo auténtico exige una brújula ética y moral firme.
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Si algo distingue a los equipos que prosperan no es el carisma del jefe, sino una arquitectura de liderazgo que combina cuatro dimensiones, el propósito, cuidado por las personas, aprendizaje continuo y una cultura coherente, estos elementos no compiten entre sí, se refuerzan.
La primera es el propósito. Peter Drucker diferenciaba con claridad entre gestionar y liderar, administrar es hacer bien las cosas; liderar es hacer lo correcto. John Kotter añade que la tarea del líder es marcar la dirección, alinear voluntades y sostener el cambio. Un propósito claro, enunciado en lenguaje simple y traducido a metas medibles reduce la ambigüedad y sirve como brújula cuando surgen dilemas.
La segunda dimensión son las personas y las emociones. Daniel Goleman demostró que la inteligencia emocional, autoconciencia, autocontrol, empatía y habilidades sociales, explican buena parte del desempeño directivo. Liderar, en la práctica, es leer el contexto, modular el estado emocional y ofrecer retroalimentación que ayude a crecer. En este sentido la empatía no es permisividad, es comprender para exigir mejor, reconocer avances y corregir a tiempo sin humillar.

La tercera dimensión es la cultura, ese tejido invisible que condiciona lo que la gente hace cuando nadie mira. Edgar Schein recordaba que “la cultura se come a la estrategia en el desayuno”, por más presentaciones que hagamos, los valores solo se vuelven hábitos si los líderes los modelan a diario. Amy Edmondson lo aterrizó en el concepto de seguridad psicológica, los equipos que se atreven a preguntar, discrepar y admitir errores aprenden más rápido y cometen fallos menos costosos.
Finalmente, un liderazgo sano abraza el aprendizaje y la adaptación. Ronald Heifetz distingue entre problemas técnicos con soluciones conocidas y desafíos adaptativos, que exigen desaprender, experimentar y crear respuestas nuevas. En entornos inciertos, el rol del líder es diseñar espacios para iterar, probar en pequeño, medir, ajustar y escalar. La mentalidad de crecimiento de Carol
Dweck cierra el círculo, el talento se expande con práctica deliberada y buena retroalimentación. Así, propósito, personas, cultura y aprendizaje dejan de ser capítulos sueltos y se vuelven un sistema que impulsa resultados sostenibles.
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El liderazgo auténtico no necesita gritar ni manipular. Combina dirección con cuidado, ambición con ética, resultados con aprendizaje. Es un oficio que se practica cada día y que se demuestra cuando las cosas se complican. Si tu o tu organización quieren crecer de forma sostenible, empieza por ahí, propósito claro, cultura que habilite la voz, procesos que faciliten lo correcto y líderes que aprendan tan rápido como exigen sus retos.
El mejor indicador de un liderazgo sano es lo que les sucede a las personas bajo tu influencia, ¿son más capaces, más íntegras y más libres para contribuir? Si la respuesta es sí, felicidades, estás ante un liderazgo que transforma y que más que ocupar puesto, multiplica.
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