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Academia Petulante

Academia Petulante

Foto: Pexels

Hay un dicho latino que afirma que “de gustibus non est disputandum”, lo que básicamente significa que no hay que entrar en polémicas que versen sobre cuestiones de gusto o, como también se dice coloquialmente, que el gusto se rompe en géneros. Sin duda que éste es un buen consejo para una gran cantidad de tópicos que incluyen las comidas, las bebidas, los estilos de vestir y, sin duda, la música que nos gusta escuchar.

Empero, en los últimos meses hemos visto acaloradas disputas acerca de músicos como Bad Bunny o, más recientemente, Shakira. En el caso del primero, su presencia en nuestro país generó una enorme discusión en parte por la terrible organización que acompañó a su primer concierto. Pero este fue solamente uno de los aspectos que públicamente se debatieron y, al menos en ese caso, parece que emergió un consenso que abiertamente rechazó el abuso a los consumidores, esto es, a los miles de fans de este músico que se quedaron frustrados y sin poder verlo u oírlo tras haber gastado cantidades de dinero que no eran menores.

Sin embargo, la discusión en torno a este artista no se acabó allí ya que muy pronto empezó un debate acerca de la calidad musical no sólo del conejo malo sino de todo el reggaeton. No faltaron las plumas que, prestas a colocarse a sí mismas como parte de la intelligentsia mexicana, se dedicaron a denostar a todo este género musical. La cosa se complicó cuando se supo que una académica de la UNAM –la Dra. Ariadna Estévez– impartiría un curso sobre Bad Bunny y el fenómeno que hoy sin duda es el reggaeton.

La libertad de cátedra y la vocación docente

No sorprenderá que hubo quien afirmó que el reggaeton era musicalmente poco sofisticado y con letras pueriles, cuando no violentas. Pero la mayor parte de las críticas parecieron ir más lejos. Por un lado, hubo opiniones que condenaron el hecho de que una universidad pública tuviese una cátedra acerca de este fenómeno cultural. Lo consideraron un abierto despilfarro y un daño a los contribuyentes. Incluso hubo personas que lo tomaron como un síntoma más de la degeneración de la máxima casa de estudios. Por otro lado, hubieron también voces que lamentaron que la educación, en este caso universitaria, ya no nos formara artísticamente a la luz de alguna suerte de canon ilustrado que, en función de a quien se le pregunte, incluirá música clásica y quizás alguna que otra figura del jazz clásico o del rock.

El caso de Shakira fue diferente. Aquí el debate giró en torno a si esta cantante se había vendido y ahora producía rolas sin calidad que solamente se vendían porque capitalizaban cierta rabia de todas aquellas mujeres hartas de que se les exija el silencio tras sufrir alguna clase de abuso por parte de parejas o ex-parejas.  Si bien esta discusión es distinta a la anterior, hubo un elemento semejante ya que aquí empezaron prontamente a invocarse posturas feministas y académicas ya sea para justificar o denostar tanto a la canción en sí como a la cantante. Shakira era para algunas la portavoz de la digna rabia mientras que, para otras, era una mujer poco sorora e incluso machista.

Sin duda que habrá muchas cosas que discutir de ambos casos, pero lo que a mí me interesaría señalar es una cuestión bastante concreta, a saber, esa forma de concebir a las academias como un espacio de validación y legitimidad. Esto es, en algunas situaciones se les atribuye un carácter normativo que consiste en edificar criterios que nos permitan distinguir entre los buenos productos culturales y la mera paja que aliena y entretiene a las masas (así pasó en el caso de Bad Bunny). En otras ocasiones la discusión no es tanto sobre la calidad estética sino sobre la dimensión moral de una obra de arte (el caso de Shakira), lo que en cualquier caso evidencia que para muchas personas el valor del arte es fundamentalmente pedagógico pues éste debe propiciar la adquisición de una sensibilidad no solamente estética sino también moral.

Entiendo perfectamente por qué muchas personas entienden la labor de las academias de este modo. Lo vemos también en la lingüística, disciplina en la que nunca faltan entusiastas que defienden las buenas reglas del español so pena de que éste degenere y se vuelva ininteligible. Así, tanto en el caso de la lingüística como en el caso de la cultura, hay personas que creen que la labor de las academias es normativa y prescriptiva y que consiste en identificar normas o cánones para después formarnos a la luz de éstos.

Hay, sin embargo, muchos problemas con posturas como éstas. En primer lugar, considerar que solamente merece la pena investigar la así llamada alta cultura entraña un tremendo error pues pasa por alto que un fenómeno puede resultar intelectualmente interesante incluso si sus atributos estéticos no entusiasman a nadie. Esto es, creer que las universidades –en especial las públicas– deben investigar sólo aquello que es parte de un canon implica desatender una enorme cantidad de fenómenos que pueden resultar fundamentales para comprender diversas realidades sociales.

En defensa de las humanidades y las artes

Habrá quien esté de acuerdo con esto último y no reproche el hecho de que se investigue el fenómeno social que hoy entraña el reggaeton pero que aun así insista en que, si bien puede tener interés sociológico, musical o estéticamente hablando estamos ante algo poco creativo o interesante. Quizás quien sostenga un punto de vista como éste considere que, si bien investigar estos fenómenos es legítimo, ello no implica que la educación que recibimos en nuestras etapas formativas deba por ello incluirlos. Para posturas como ésta la tarea normativa no excluye investigar lo que se sale del canon pero sí que entraña que no se le considere como insumo en alguna materia escolar.

Sospecho que quienes tienen este punto de vista, ya sea en la ética o en la estética, son de alguna manera herederos de una visión ilustrada y humanista sobre la educación. Dicha visión estuvo sin duda presente en la historia de la educación en México. Esto era inevitable pues una gran parte del pensamiento occidental se construyó alrededor de la idea de que “el hombre” –término empleado como equivalente a ser humano– requería de una intensa formación que lo expusiera a las mejores ideas tanto de la época clásica como del presente para así adquirir una mirada universal que le permitiese ser ética, estética y políticamente sofisticado.

Esa visión canónica y edificante de la “alta” cultura está presente en la inmensa mayoría de programas educativos. Empero, la idea que le subyace lleva décadas en crisis. El humanismo se mostró incapaz de cumplir su promesa ya que no coadyuvó a construir un mundo más justo y ético, o si quiera más hermoso. Por el contrario, terminó por convalidar toda clase de jerarquías elitistas.

Ahora bien, no digo todo esto para arrojar a la basura la historia cultural de nuestro país o, para el caso, del mundo. Lo menciono simplemente porque creo que esto tendría que llevarnos a preguntarnos si esta faceta normativa y prescriptiva de las academias tiene todavía una razón de ser. Quizás haya ámbitos donde la respuesta sea positiva y quizás haya otros más donde tengamos que guardar silencio y admitir que “de gustibus non est disputandum”.

Y bueno, sorbito de té, como suele decir el tiktoker Adrián Chávez.

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