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Gxiba-1, el satélite que llevará el talento de la UPAEP al espacio

“La misión de volcán la pensamos desde 2014”, recuerda en entrevista el doctor Héctor Simón Vargas Martínez, profesor investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP). “Queríamos ver la mancha de ceniza desde arriba, para prevenir a las comunidades vulnerables”… el satélite Gxiba-1 es la respuesta a esa inquietud.

Se trata de una caja cúbica de 10×10×10 cm y un kilogramo de peso que será liberada desde la Estación Espacial Internacional (EEI) en octubre de 2025, con una misión concreta: fotografiar la dispersión de ceniza de volcanes como el Popocatépetl y el de Colima.

“Cuando una población recibe ceniza, lo primero que se afecta es la salud. El campo puede resistir un poco más, pero la gente debe saber si ponerse cubrebocas o evacuar. Esa información no puede esperar semanas”, subraya el académico.

Foto: Juan Méndez

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¿Cómo surgió la chispa para desarrollar al Gxiba-1?

La historia no comenzó con el satélite, sino con la carrera de Ingeniería Aeroespacial. “En 2016 abrimos la primera generación, pero el trabajo venía desde 2014”, señala Vargas, quien también es responsable del proyecto Gxiba-1.

La UPAEP analizó primero la industria nacional. En Querétaro se consolidaba un clúster aeroespacial con más de 400 empresas, desde Bombardier hasta Safran. “Nos dimos cuenta de que el sector estaba creciendo y preguntamos directamente qué habilidades necesitaban”, explica.

El diagnóstico fue claro: no bastaba formar ingenieros tradicionales, había que preparar jóvenes para diseño, integración de sistemas y gestión de proyectos espaciales. “Hablamos con empresarios para que nos dijeran qué capacidades y habilidades necesitaban, y configuramos la carrera de Ingeniería Aeroespacial”, dice. La industria no pedía a un técnico, sino alguien que pasara al diseño.

¿Cómo se relaciona este satélite con el AztechSat-1?

El primer gran reto fue el AztechSat-1, proyecto conjunto con la NASA y la Agencia Espacial Mexicana. “En 2016 invitamos al astronauta José Hernández y a Andrés Martínez, de la NASA. Vieron nuestras capacidades y nos dijeron: si quieren, participen en este proyecto”, cuenta Héctor Vargas.

Debían demostrar que un nanosatélite podía comunicarse con una constelación satelital comercial. De lograrse, se abría la puerta para que futuros proyectos usaran esa tecnología. Y así fue. El 5 de diciembre de 2019, un Falcon 9 de SpaceX llevó el AztechSat-1 a la EEI. El 19 de febrero de 2020 fue liberado. A los 45 minutos, recibieron la señal de que se había enlazado con la constelación.

Stennis Space Center. Foto: www.nasa.gov

Funcionó casi dos años, antes de reentrar en diciembre de 2021. “Nos convertimos en la primera universidad mexicana en lanzar desde la EEI”. Pero el logro no quedó en la anécdota: en enero de 2025, la UPAEP obtuvo una patente por el desarrollo tecnológico de enlace satélite–constelación.

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Gxiba-1 busca ver al Popocatépetl desde arriba

La misión del Gxiba-1 es más terrenal. “El Popocatépetl es un volcán vivo y cada explosión de ceniza golpea primero a comunidades vulnerables”, advierte el académico. Por ello, el Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred) monitorea con cámaras y sensores, pero la visión desde el suelo es limitada; en cambio, al ver desde arriba, se sabría hacia dónde se dispersa.

El satélite será liberado a 400 km de altura y dará una vuelta a la Tierra cada 90 minutos. La cámara no busca imágenes estéticas, sino datos útiles: tamaño de la nube, densidad y dirección. “En el espacio vamos a siete kilómetros por segundo.

“Es como cuando vamos en un avión y miramos hacia abajo, la Tierra parece estática. Aquí es lo mismo: tenemos una ventana de segundos para tomar la foto en el momento preciso”, sostiene. Pero el reto es bajar esa imagen a la Tierra.

“Una estación en Puebla ve al satélite apenas tres minutos por pasada, y solo tres veces por semana con luz solar. Si bajáramos una foto grande, pedazo por pedazo, tardaríamos meses”, admite. Por eso, el Gxiba-1 repite la lección aprendida del AztechSat-1: usar una constelación como la de la empresa Iridium.

“Con ella, no importa dónde esté el satélite: sube fragmentos de imagen y, en un día, ya está la foto completa”, celebra.

Sistema solar. Foto: Pexels

¿Por qué es un proyecto interdisciplinario?

El Gxiba-1 es un proyecto de ingeniería interdisciplinaria. “Cualquier satélite, por pequeño que sea, necesita una licencia internacional para operar y no chocar con otros. Eso lo resolvieron nuestros estudiantes de Derecho y Economía”, detalla.

Uno de los mayores obstáculos no fue técnico, sino legal. “Cuando pedimos licencia de radiofrecuencia, la autoridad nos cotizó como si fuera un satélite de toneladas, no de un kilo. Hablamos de tarifas millonarias”, comparte.

El problema surgió porque México compraba satélites grandes y no tenía reglas para nanosatélites. Hoy existen iniciativas en el Congreso para actualizarlas. “Hay un vacío legal en derecho espacial; es un campo abierto para jóvenes abogados”, dice.

La UPAEP busca que sus egresados no solo ensamblen, sino que lideren proyectos. “Nuestros jóvenes saben poner piezas, pero también diseñar y dirigir”, asegura. Y es que, en el país, apenas existen cinco programas de Ingeniería Aeroespacial.

Foto: Pexels

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“Abrimos en 2016. Después vinieron otros como la UNAM. Pero siguen siendo muy pocos”, lamenta Vargas. La razón es que la industria aeroespacial es más reciente que la aeronáutica, y montar programas sólidos requiere años de preparación.

Por lo pronto, el gobierno federal ya colocó el sector aeroespacial en la agenda. El proyecto se llama Ixtli y lo lideran la UNAM y el IPN. “Nos invitaron a colaborar, precisamente porque tenemos liderazgo en satélites pequeños”, añade.

Así, el Gxiba-1 será el ensayo de una política más ambiciosa y la prueba de que ya no compraremos ojos al mundo: aprendemos a mirar con los propios. “Lo más valioso no se queda arriba, sino aquí: alumnos que trabajaron en equipo, una patente mexicana, un país que deja de depender de imágenes extranjeras y comunidades mejor protegidas”, concluye Vargas Martínez.

Autor: Juan Pablo Aguilar

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