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¿Cómo saber si tienes burnout académico?, expertas lo explican

“Sentía un nudo en la garganta, ganas de llorar y de salir corriendo. Me dolía la cabeza, los brazos y las manos. Me conectaba con mis compañeras cada tarde para rehacer el protocolo de investigación y, aun así, parecía que nada era suficiente”.

A Lizeth, nombre que usamos para proteger su identidad, le explotó el semestre de golpe. Estudia el séptimo semestre de Enfermería y narra una escena que quizá te suene: trabajos con cambios de último minuto, una entrega importante a la vuelta de la esquina, tablas por memorizar, prácticas hospitalarias próximas, calificaciones que pesan en el promedio y la sensación de que el tiempo no alcanza.

“Me siento triste o decepcionada de mí misma, porque a veces siento que mi organización no me ayuda mucho, procrastino demasiado por lo mismo de que a veces ya no tengo ganas de hacer nada o mi cuerpo se siente muy cansado; aunque trata de dar el 100%, no lo da”, confiesa.

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Lo que Lizeth describe tiene nombre y no es pereza. La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce el burnout como síndrome de agotamiento físico, mental y emocional de origen ocupacional. Sin embargo, en años recientes, el término dio un giro y entró con fuerza a los campus: burnout académico.

No ocurre solo en exámenes, es un desgaste que se va generando poco a poco. Así lo cuenta Lizeth y comparte que la presión de un solo trabajo bastó para desencadenar un efecto dominó de ansiedad, frustración y agotamiento.

Los testimonios como el de Lizeth no son casos aislados. En México, los estudios muestran una prevalencia preocupante. En la Facultad de Psicología, el nivel leve de burnout fue el más común: 80.8% de hombres y 87% de mujeres.

Por otro lado, en Medicina más del 73% de los estudiantes presentan agotamiento emocional; y en Enfermería, un estudio de 2017 reveló que el 100% de los participantes presentaba algún grado: 73.4% en nivel leve y 26.6% en moderado, de acuerdo con diversas investigaciones.

Aunque no existen cifras nacionales integrales, los datos revelan que la carga académica, el género, el contexto educativo y el apoyo social marcan la diferencia. Carreras largas, con prácticas y múltiples exámenes, como Medicina o Enfermería, tienden a ser las que cuentan con un mayor número de casos de burnout en su filas.

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Burnout académico y el peso invisible de la autoexigencia

Para la doctora Sara Unda Rojas, de la Facultad de Psicología de la UNAM, el burnout académico aparece cuando el estrés deja de ser pasajero y se convierte en un compañero de todos los días. “Los estudiantes con currículos saturados de materias, actividades académicas, prácticas e investigación, pasan muchas horas en clase y muchas más para estudiar o preparar actividades.

“Esa sobrecarga genera una exposición constante al estrés. Cuando su desempeño no es el esperado, comienzan a tener una crisis de autoeficacia: sienten que ya no tienen las habilidades o las competencias para responder a la escuela”, señala. Añade que el síndrome contempla tres componentes:

  • Pérdida de confianza en uno mismo
  • Cansancio cognitivo
  • Actitudes negativas hacia los demás

Aunque lo más grave es lo que sucede si nunca se atiende, ya que el burnout académico puede transformarse en depresión, ansiedad y enfermedades psicosomáticas como colitis, gastritis, dolores de cabeza, taquicardias o problemas musculares; son los síntomas que presenta Lizeth.

En las investigaciones que ha realizado, la especialista ha encontrado un factor que aumenta la vulnerabilidad: el aislamiento. Después de la pandemia, muchos jóvenes perdieron redes de apoyo y eso, combinado con la presión académica y el uso excesivo de pantallas, se convirtió en punto clave para el agotamiento.

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¿Cómo afecta la presión familiar?

El testimonio de Sofía, quien recientemente concluyó la preparatoria, refleja cómo la presión académica se mezcla con el peso de la familia. “Mi mamá a veces me decía que tenía que sacar buenas calificaciones porque me estaban pagando la escuela. Pero como lo sentía un reclamo, mi mente lo ignoraba; aunque a veces sí me pesaban esos pensamientos, más por mi papá, porque sentía que a él le debía muchísimo por el esfuerzo que hacía conmigo”, narra la joven.

Sofía confiesa que las consecuencias se extendieron más allá de lo académico: “Incluso me llegaba a afectar en mis relaciones sociales, porque como tendía a estar estresada o saturada de cosas, a veces era grosera con mis amigos, con mi papá o con mis abuelos. También me afectaba en mis relaciones sentimentales. Me sentía bastante cansada y dormía mucho”.

Durante el primer año, Sofía pensaba que todo era parte del proceso, pero pronto descubrió que había algo más. Si bien no le dio mucha importancia porque tenía esa necesidad de “libertad”, ya que a diferencia de la secundaria podía faltar a las clases si quería, después tuvo que asumir las consecuencias para poder aprobar las materias y, por ende, comenzó a sentir estrés y ansiedad por no poder cumplir con el promedio que le pedía la institución para conservar su beca.

Su cuerpo no tardó en reaccionar: inflamación severa en el estómago, dolor de cuello y hombros… fueron los primeros síntomas, además de sentirse muy tensa, con tristeza y decepción por no lograr buenas calificaciones y pensar que estaba fallando a su papá.

¿Cuáles son las posibles señales del burnout académico?

La health coach de TecSalud, Mónica Lenz Arrivillaga, nos explica que este burnout académico comparte las mismas tres dimensiones que el laboral: agotamiento físico, desapego y baja eficacia. “Si un estudiante duerme 10 horas y sigue agotado, si vive irritado, si evita clases y su rendimiento cae, si tiene dolores de cabeza o de estómago por más de dos semanas, es una bandera roja.

“El burnout académico no es flojera: es un desequilibrio entre lo que se exige y los recursos para afrontarlo”, sentencia la entrevistada.

Mónica Lenz insiste en que la detección temprana puede marcar la diferencia, ya que muchas veces se normaliza el dolor de cabeza, la gastritis, la procrastinación excesiva o el mal humor durante la época de exámenes, pero es importante que los estudiantes estén atentos: si esto dura más de 15 días, consideren que es un problema que debe atenderse.

Las especialistas coinciden en que no basta con responsabilizar al alumno. El cambio tiene que ser institucional, social y personal. Así, las universidades pueden revisar sus currículos, distribuir mejor los picos de evaluación y crear programas preventivos de salud mental.

Y los docentes requieren capacitación para detectar señales de alarma y acompañar a sus pupilos con flexibilidad razonable. Los alumnos, por su parte, necesitan aprender técnicas de autocuidado como las micropausas, la higiene del sueño y la organización de los tiempos de estudio.

Acciones para prevenir el burnout académico

Además de la organización y mejor gestión del tiempo, que es un elemento trascendental para que no haya una sobrecarga de actividades que posteriormente deriven en un burnout, la health coach de medicina funcional aconseja procurar una buena higiene del sueño (dormir al menos ocho horas y al menos una hora antes de ir a la cama evitar el uso de cualquier dispositivo electrónico) y complementar con actividad física.

Foto: Gaceta UNAM

“Hacer 10 o 15 minutos da un nivel de energía adecuado, le da al cuerpo esas hormonas que necesita para seguir funcionando, porque es un ciclo que puede ser virtuoso o vicioso. Si hago un poquito de ejercicio, voy a tener más energía; y si tengo más energía, puedo rendir más.

“Pero si estoy muy cansada y no logro el ejercicio, entonces se viene el círculo vicioso. No hago ejercicio porque estoy cansada, entonces tengo bajo desempeño. Tratemos de hacerlo todos los días, así sean unos minutos de caminata y mantenernos en al menos seis mil a siete mil pasos. La actividad genera en sí misma una serie de hormonas que son necesarias para el rendimiento”, reitera.

¿Por qué debe diagnosticarse?

Historias como las de Lizeth y Sofía muestran que el burnout académico no es un invento ni un pretexto. Es un proceso real que impacta tanto en la vida escolar como en la social, la emocional y la física. Se manifiesta con síntomas concretos como:

  • Cansancio extremo
  • Dolor de cabeza
  • Inflamación estomacal
  • Tristeza profunda
  • Irritabilidad
  • Desapego
Foto: Pexels

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En el día a día universitario, estos síntomas llegan a confundirse con “una mala racha” o, simplemente, con cansancio. Pero, como advierten las especialistas, cuando persisten por más de un mes y afectan la vida diaria, es momento de reconocer que hay un problema mayor.

“Hay muchos jóvenes que su trabajo o su interacción afectiva es a través de las redes y no hay vida real. Es necesario buscar otras formas de mayor esparcimiento, un uso regulado de las tecnologías y la organización del tiempo.

“Se esperan hasta el final para entregar el trabajo, una noche antes lo elaboran y eso los sobresatura. Y no solo es la escuela, es organizarse, planear, anticipar y saber cuáles son sus recursos”, indica la investigadora de la UNAM.

Unda Rojas subraya que el autoconocimiento es vital para que, de manera individual, se puedan afrontar adecuadamente las situaciones estresantes. Asimismo, enfatiza que, cuando ya existe una condición donde te sientes saturado y cansado emocionalmente, lo más importante es buscar la ayuda de un especialista.

Autora: Ammy Ravelo

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